Sor Isabel Pinho Gomes, originaria de Arada (Ovar), nació el 1° abril de 1981. A pesar de su juventud, Isabel había ya hecho experiencia de vida misionera en África. Interpelada, nos cuenta en qué modo Dios entró en su vida, llamándola a ser su misionera.
“Nací en el pueblecito de Arada, en Portugal, de una familia de siete personas: los padres, la abuela materna y dos hermanas. De estas, Carla era la menor y Dulce la mayor.Mi padre trabajaba en una fábrica, mientras que mi madre cuidaba de nosotros, de la casa y de los campos. Y como el sueldo de mi padre no bastaba para mantenernos a todos, también nosotras las chicas, ayudábamos en los trabajos agrícolas y además íbamos al mercado con la abuela para vender algunos productos. De este modo colaborábamos a la economía domestica y aprendíamos a crecer con responsabilidad.
Aunque si ni fue siempre fácil, conseguí frecuentar la escuela hasta el año 9°. Luego, me inscribí en la escuela nocturna para poder trabajar en casa y en los campos durante todo el día. En el 1998, mientras frecuentaba el catecismo para prepararme a recibir la confirmación, llegaron a mi parroquia las Hermanas Misioneras Combonianas para hablarnos de las misiones. Al final nos dejaron con una pregunta que me dejó inquieta: “¿Cómo es posible que, no obstante de encontrarnos a las puertas del siglo XXI, haya todavía tanta gente en el mundo que no ha oído nunca hablar de Jesucristo?”La pregunta se quedó impresa en mi corazón. Entonces, siendo ya auxiliar de catequesis y acólita, pensaba hacer lo suficiente para hacer conocer a Jesucristo.
A la invitación de las misioneras respondió primero la menor de mis hermanas, que decidió ir a Oporto para participar a un encuentro para jóvenes que manifestasen signos de de vocación misionera. Por curiosidad, quise también ir yo. Aquel día escuché la Palabra de Dios y conocí el carisma comboniano. Noté en mí el deseo de conocer mejor a Daniel Comboni y los motivos que lo empujaron a consagrar su vida por la amada África. Siguieron tres años de reflexión, durante los cuales traté de conocerme mejor. Cuanto
más entraba en mí misma y tomaba conciencia de mis defectos y de mis fragilidades, mayor temor tenía de responder a la llamada de Dios. Retrasaba así el momento den la decisión, tal vez con la esperanza de que me pasase y no pensarlo más.
Pero llegó el día en el discernimiento vocacional me dijo, con firmeza y sin rodeos, que el tiempo de la prueba había llegado a su fin y que tenía que decidirme. Fu una sacudida saludable. Preocupada, busque una respuesta y la encontré en la Sagrada Escritura: “No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos; no he venido para llamar a los justos sino a los pecadores” (Mc 2,17). Me sentí invadida por un sentimiento de confianza serena y decidí hablar con mi familia, para escribir a las Hermanas y hacer mi petición de admisión al Postulantado.
El 1° de septiembre del 2001 dejé mi casa para ir a vivir con las misioneras en la comunidad de Oporto, y comenzar así mi formación, de dos años, como postulante de las misioneras combonianas. En el 2003 dejé Oporto y partí para Brescia (Italia) para continuar el camino formativo como novicia. Aquel fue un tiempo de oración y de reflexión muy bello, que duró dos años.
Al final del noviciado emití mis primeros votos temporales (seis años) de castidad, pobreza y obediencia. Veía ya concretarse cada vez más el sueño de la misión en África. Pero todavía fue necesario ir a Londres durante otro año y medio para estudiar el inglés. Finalmente, en junio del 2007, llegó mi momento de partir para Kenia. Allí comencé a trabajar en la promoción de un grupo de mujeres, ayudándolas a conseguir a conseguir una forma de vida más digna de hijas amadas de Dios. Esta experiencia ha hecho más sólida mi vocación, ayudándome a comprender mejor el don recibido. Nunca he tenido dudas, y he pedido ser admitida a los Votos perpetuos, o sea de permanecer en la Congregación no por uno, dos, tres o seis años, sino para siempre.
Para prepararme a un paso tan importante, permanecí en Italia durante dos meses con otras once hermanas, jóvenes como yo y que habían llegado de varios países de misión. Fue un tiempo de gracia que nos preparó mejor a la emisión de los votos perpetuos, o sea, a la consagración perpetua a Dios para la Misión, según el ideal de Daniel Comboni. Cada una de nosotras ha luego organizado su fiesta en la respectiva parroquia de origen. Mi gran día fue el 8 de enero del 2012.
Acompañada por mi familia, por las hermanas combonianas y por muchos amigos y conocidos, he dicho “Sí” a Dios para vivir y trabajar con Él todo el resto de mi vida. Fue un día muy bello y lleno de emociones. Siento y vivo la felicidad de pertenecer, simultáneamente, a dos familias: a la que me ha dado la vida y me ha iniciado con amor al conocimiento de Dios; y a la gran familia de las Hermanas Misioneras Combonianas, con as que deseo recorrer los caminos de la misión, anunciando con mi vida el amor de Dios. A esta llamada yo respondo libremente, con la gracia de Dios.
Quiero conservar en mi corazón la luz de este día para hacer memoria de la gracia que me ha sido concedida y para encontrar la fuerza en los momentos difíciles que ciertamente vendrán, porque “las obras de Dios nacen y crecen a los pies de la Cruz” (Daniel Comboni).
Dios está siempre a nuestro lado para guiarnos por el camino seguro. Tenemos solo que escucharlo y dejarnos conducir de su mano.
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